periodismo y literatura 2

Periodismo y literatura: la intersección que ilumina, una columna de Luis Eduardo García

Hay quienes creen que es mejor llamarlo periodismo literario, debido a que usa como recurso casi todos los géneros de la literatura (incluida la poesía); otros, prefieren —y es casi un consenso— llamarlo periodismo narrativo, en tanto emplea los trucos y recursos de la narración1.

Lo cierto es que, por lo menos en América Latina, existe una intersección entre periodismo y literatura que viene desde muy atrás. Quienes practican ambas disciplinas están divididos respecto a las ventajas o desventajas que esto implica. Unos, caso Ernest Hemingway, creía que el periodismo puede ser castrante para la literatura, pues desgasta el estilo. Otros, como Gabriel García Márquez, afirmaban más bien que el periodismo es un género de la literatura y, por lo mismo, no hay ninguna posibilidad de daño colateral.

Enseño desde hace muchos años periodismo narrativo y sé que es muy difícil explicar a los estudiantes en qué consiste la línea fronteriza que separa a la literatura del periodismo. Cuando les digo que un periodista narrativo, tanto como un cuentista o un novelista, está obligado a dominar el lenguaje, las reglas de estilo y las técnicas y procedimientos narrativos, ellos lo entienden rápidamente. El problema surge cuando les pido diferenciar la ficción de la no ficción o, mejor, dicho, cuando les pido definir en qué consiste la aproximación del periodista a los hechos reales. Y les resulta difícil por varias razones: porque no tienen claro que es la realidad, cuál es el objeto de la crónica o no pueden diferenciar los hechos reales en medio del marasmo de fake news o ‘noticias falsas’ inundan los medios y las redes sociales.

Sin embargo, es la propia realidad las que les termina enseñando lo fundamental: que mientras un escritor tiene la libertad para convertir la realidad en una ficción, ya sea exagerándola, disfrazándola, volviéndola un infierno o un paraíso o alterándola en general sin ningún límite ―salvo la verosimilitud―,  el periodista tiene que ser rigurosamente fiel a ella, porque no puede cambiarla o tergiversarla sin que esto implique una grave alteración de la verdad.  

El argentino Tomás Eloy Martínez, uno de los más grandes cronistas que ha tenido América Latina,  sostenía que un periodista puede ficcionalizar la realidad siempre y cuando se lo haga saber al lector. En todos los demás casos, tiene que ser un esclavo de la exactitud. La libertad del periodista termina donde comienza la libertad del escritor. El tema es otro límite. Un periodista podría escribir sobre cualquier asunto, siempre que lo investigue; un escritor no: para él forma y fondo están íntimamente ligados y debe responder instintivamente a este principio. Sucede lo mismo con el espacio: en la literatura lo dicta el furor del escritor, el enfoque que quiere darle, el sentido de la vida que quiere capturar; en el periodismo, el diseño gráfico, la cantidad de páginas en blanco.

La crónica, el género estrella del periodismo narrativo (y por extensión el perfil, su primo hermano), tiene una larga tradición en América Latina. Nuestros primeros cronistas son, por supuesto, escritores que hacían periodismo —quién si no podía hacerlo mejor en aquellos tiempos—:  José Martí, Rubén Darío y Manuel Gutiérrez Nájera. Es decir, la crema y nata del modernismo literario. A ellos se sumaron luego postmodernistas y vanguardistas como César Vallejo y José Carlos Mariátegui y escritores argentinos notables como Robert Artl y otros más. Lo mismo habían hecho en Europa Jonathan Swift en el siglo XVII y Charles Dickens y Jack London en el siglo XIX.

Después, en los años 60 del siglo XX, surgió el llamado Nuevo Periodismo norteamericano impulsado por una generación de periodistas-escritores que asumieron los desafíos de su época y procuraron ser fieles a la realidad en la que vivían.  Lo que hicieron en verdad fue, por un lado, convertir a los diarios y revistas en el escenario ideal para la confluencia de la literatura y el periodismo, de modo que los nuevos públicos pudieran conectarse con una manera distinta de leer e informarse; y por otro lado,  utilizar a la crónica  por su familiaridad con la literatura y, sobre todo, por ser la especie periodística que les permitía mantenerse libres de la camisa de fuerza de la ‘objetividad’, sin que esto implicara bajo ningún punto de vista distorsionar la realidad. 

El periodismo de hoy necesita, como en el siglo XIX o en los años 60 del siglo XX, que sus herramientas periodísticas, procedimientos narrativos y recursos den otra vez un vuelco de 360°. Debe captar —o entender, comprender o sintonizar, no sé cuál sea el verbo indicado— la revolución sociocultural que vive el mundo en estos tiempos de pandemia. El periodismo narrativo, su más notable expresión, debe indicarnos en principio el camino.

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SOBRE EL RASTRO no se solidariza con las opiniones de nuestros columnistas

    1. Publicado en el suplemento Enfoque del diario La Industria de Trujillo. ↩︎
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