La crónica, un artefacto de la emoción, una crítica de Luis Eduardo García

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Infolectura, la editorial trujillana que dirige Koky Tume acaba de lanzar el estupendo libro Un maldito infierno y otras crónicas de Oscar Paz Campuzano en su serie Revelaciones. Se trata de un puñado de crónicas que el autor —tras un largo e intenso paso por agencias de noticias, revistas y diarios y la presión del dead line y las limitaciones de espacio— escribió con el afán de revelarnos que el periodismo es, efectivamente, un género de la literatura.1

Hay que estar convencidos de este último para acometer la aventura de narrar —no contar, pues todos sabemos hacerlo de manera intuitiva, en cambio narrar demanda siempre preparación— una historia real. Las historias de ficción siempre parecen historias de ficción, pero las del periodismo deben ser, obligatoriamente, la realidad y, al mismo tiempo, parecerlo. Y para parecerlo, tienen que echar mano de las herramientas que brinda la literatura para seducir al lector.

Oscar Paz es lo que se llama un cronista y, a diferencia, de los periodistas puros y duros, él se dedica a convertir los datos en historias, es decir, a investigar y narrar hechos con las herramientas de la ficción. Y cuando digo con las herramientas de la ficción quiero decir que, además de bien narrados, deben seducir, persuadir y atrapar al lector con ciertas dosis de belleza procedentes del lenguaje y los procedimientos narrativos que emplea.

En la crónica, el género que ha permitido que el periodismo esté cerca del periodismo y comparta su ADN, no solo es importante que el cronista maneje los recursos narrativos, sino que también, según mi modo de entender, maneje con destreza tres estrategias para que sus historias tengan un gran impacto entre los lectores: la aproximación a la realidad, el uso oportuno y adecuado del yo y la mirada reveladora.

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Durante la presentación de la publicación en la Feria Internacional del Libro de La Libertad 2024 (Foto: Roger Guerrero)

La crónica es un género seductor, pero, al mismo tiempo, peligroso. ¿Por qué digo peligroso? Porque, en cierta forma, consiste en la narración —con el auxilio de la literatura— de historias amenas que no deben parecer inventadas, toda vez que, a veces, la realidad supera a la ficción. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo conseguir que siendo reales estas historias no parezcan ficticias? Para hacerlo, el cronista dispone, por un lado, de un lenguaje (referencial y metafórico) y, por otro lado, de un conjunto de técnicas narrativas. El cronista no va a reproducir fielmente la realidad, como si fuera una máquina fría, sino que va a trasmitirle al lector, junto con la información necesaria, sensaciones y, de alguna forma, desestabilizarlo emocionalmente. Y eso se logra con detalles, con escenas y con la selección de hechos. Oscar Paz Campuzano consigue esto con brillantez, especialmente, en la primera crónica del libro: Un maldito infierno: la abuela que sueña con el niño muerto que intentó salvarle la vida a su perro.

El uso del yo en la escritura de crónicas no ha estado exento de polémicas. Hay quienes, como Leila Guerriero sostienen que este debe ser usado solo en el caso de que resulte imprescindible; mientras que otros, como Martín Caparrós, afirma que no hay que temerle, siempre y cuando se le use para hablar desde él y no de él. Para Caparrós, el uso del yo debe dejarle claro al lector que lo que dice un cronista es una de las tantas verdades (historias) posibles, no la única, sino una de entra muchas que podría recibir y que la que el cronista le presenta con esmero y muy cercana a la realidad.

En las cinco crónicas que componen el libro: la cisterna cargada de gas que explota debido a la corrupción de los sistemas de seguridad estatales (Un maldito infierno); la mujer que pelea contra la burocracia para que su esposo, un ex militar, sea declarado un héroe de guerra (La mujer peleó por un héroe), la veneración pagana a una momia que hace milagros y divide a los habitantes de un pueblo (La leyenda de Kan Kan), el ajusticiamiento de cuatro supuestos delincuentes por un escuadrón de la muerte liderado por un coronel que después fue alcalde de Trujillo (Los cuatro muertos de Río Seco) el chofer que llevaba años prófugo de la justicia debido a que, por negligencia, provocó la muerte de los pasajeros de un bus interprovincial (Último paradero), en todas ellas hay un uso abierto el yo, pero moviéndose siempre en el justo equilibrio que demanda Martín Caparrós: esta es mi verdad, no la única.

Y luego tenemos la mirada del cronista. ¿Cómo debe mirar este? En esencia, debe fijarse en lo que pasa inadvertido y lo que, de tanta ver, ya no vemos. Oscar Paz Campuzano, como buen periodista y magnífico cronista, ha aprendido, como quiere Gay Talese, a mirar el envés de la realidad, lo oculto, lo que se debe descubrir mirando desde otra perspectiva, desde otro ángulo: los sueños de una abuela que ha perdido a su nieto en una tragedia, la salud mental de mujer que duerme con los huesos de su marido, el miedo ordinario de un curandero ante una momia, el policía que no es el héroe que todos creen y el sentido de culpa de un chofer que ocasionó una desgracia.

Estamos, no lo dudo, ante uno de los libros de crónicas más importantes publicados en lo que va del año.

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SOBRE EL RASTRO no se solidariza con las opiniones de nuestros columnistas

  1. «Publicado en el suplemento del Enfoque del diario La Industria de Trujillo el domingo 3 de junio del 2024 ↩︎
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