Llora mientras el río de lodo pasa. Ella, Fanny Ríos, no puede creer lo que ve. Entonces, llora y le conmueve que esa masa marrón que pasa como un río se trague la casa de sus vecinos. El sonido de la corriente es complejamente aterrador. Había llovido como nunca y de pronto por las calles empezó a correr toda el agua que se acumuló en zona alta de la quebrada del cerro Cabras. El río de lodo discurrió con la fuerza de un torrente maldito.
“Apenas pueden subirse los señores. Es horrible lo que está pasando acá. ¡Miren! ¡Ya rebalsó la casa! Si conocen a alguien y pudieran llamar a los bomberos para que ayuden a las personas que están en los techos… ¡Ayuda, por favor! Estamos en Wichanzao”, decía llorando Fanny, conmovida, asusta, impactada, mientras grababa un video con su teléfono para pedir auxilio.
Eran aproximadamente las 11 p.m. del 10 de marzo del 2023. Un vecino de Wichanzao, un sector del distrito trujillano de La Esperanza, había salido a la calle por segunda vez a constatar que la lluvia ya era para preocuparse. Al final de la calle, doblando una esquina, es que observa la masa de lodo llegando a su barrio. “¡Ya me jodí!”, dijo. Volvió a casa, cogió su computadora y subió al techo con su familia. La masa de lodo cada vez cogió más fuerza hasta que tumbó el portón y empezó a inundar cada rincón, a moverse en remolinos, tapando todo: muebles, artefactos, recuerdos. No había nada que hacer.
En el 2017 había ocurrido algo parecido, pero no tan devastador. Aquella vez, el huaico apenas entró a las casas. Esta vez, en cambio, nada lo contuvo. Algunos vecinos habían colocado pequeños muros de concreto, pero esta fuerte lluvia provocada por el ciclón Yaku había cargado la quebrada con tal cantidad de agua que al bajar por su cauce se mezcló por piedras y arena del cerro. Al llegar a la zona poblada de La Esperanza fue devastador.
“Todo fue tan rápido que no se pudo rescatar nada. Vino la policía a rescatarnos a la 1 de la mañana más o menos. Nos quedamos en el techo, soportando la lluvia, sin nada, solo con lo que estábamos”, cuenta un hombre que es dueño de la casa que está en medio de la calle, la zona que más se inundó. Él, a ocho días del huaico en Wichanzao, todavía no puede entrar a su casa. Lleva el torso desnudo, está descalzo y su pantalón jeans están enlodado. Toda su casa está llena de lodo ya seco. Su voz, débil y resignada, lo dice todo.
Enfrente hay un señor sacando el lodo con una pala. Su nombre es José Rodríguez y es el primo de una de las damnificadas. Me permite entrar a la casa y el lodo entró a tal punto que este en su caso basta con levantar un poco brazo para tocar el techo. Los muebles quedaron flotando sobre la masa marrón, igual pasó con la mesa del comedor, las sillas y todo lo que había en la casa. Los familiares de la dueña de la casa, una mujer enferma, recién operada, tuvieron que alquilarle una habitación para que pueda vivir por estos días.
“Ya va una semana y no recibimos ayuda de ninguna entidad. No sabemos si la casa es inhabitable. No nos han dicho nada Solo vienen para la foto, se para en la esquina, no se quieren mojarse los zapatos”, se queja el hombre.
Y aunque ya había ocurrido alguna vez y aunque la lluvia anunciaba lo peor, los vecinos de Wichanzao se indignan porque –dicen– ninguna autoridad les avisó a tiempo de que la quebrada del cerro Cabras se había activado y que vendría un huaico. “Nunca supimos que vendría un huaico. Solo nos enteramos en el momento en que pasó. Ninguna autoridad nos dijo que estuviéramos preparados”, cuenta Tatiana Román, una vecina que no fue tan afectada, pero que vio cómo la casa de su vecino quedó totalmente sepultada. Ella recuerda cómo los vecinos de la espalda escapan del huaico cruzando por los techos de las casas, evacuando hacia el otro lado de la manzana por el agua discurrió, pero no tanto. Nadie les borrará lo vivido. El huaico les retumbará en la memoria por mucho tiempo.
Elva Rodríguez no estuvo durante el huaico, pero lleva en la zona varios días tratando de secar el lodo de la casa de su padre, un anciano que treinta minutos antes del huaico había salido justamente a ver su hija. A la mañana siguiente, cuando volvió a Winchazao, vio todo sepultado. El lodo se metió por las rejas y las ventanas. Nada se salvó, solo él.
«La fiscalía debería enviar a las autoridades. Debería hacerlo, porque dinero hay. Sin embargo, las autoridades no sé. Miran esto. La semana pasado vino el alcalde de La Esperanza. Nosotros hemos tenido que ir a rogarle a la otra calle para que venga acá. No quería venir. Así estamos», dice Elva, que ya no soporta el hedor de las aguas que le llegan a las pantorillas. Todos los días –dicen– traen motobombas para succionar, pero se malogran, porque no pueden con el lodo. Además, el agua siguen saliendo de los desagüen colapsados. Toda esta desgracia les duele, les asusta, los enferma, les da náuseas.
El 10 de marzo del 2023, la torrencial lluvia que cayó en Trujillo activó la quebrada del cerro Cabras y todas las demás quebradas de Trujillo. Mientras ocurria la tragedia en Wichanzao, a esa misma hora lo mismo estaba ocurriendo en otras partes del distrito de La Esperanza y de otros distritos como el Porvenir, Huanchaco, Florencia de Mora y otros. La emergencia sucedía por todos lados. Mientras los vecinos de Wichanzao estaban en los techos de sus casas salvando sus, por en medio de Trujillo bajaba otro tremendo río de lodo que discurríó desde la quebrada San Ildefonso, arrasó el cementerio Mampuesto, pasó por el Centro Histórico y desembocó en el mar de Buenos Aires. Las últimas cifras estimaron que solo en la provincia de Trujillo dejaron más de 2.000 damnificados, 500 casas destruidas y más de 4.500 casas afectadas. Winchanzao fue solo un pedacito trágico de todo lo que ocurrió esa perturbadora noche en que cayeron los huaicos.