Vivir amenazado por el mar y la erosión [CRÓNICA]

Ymelda Tapullina vive en una casita levantada con troncos y maderas. Queda exactamente en una esquina, a unos tres metros del mar de Buenos Aires. No hace mucho, dos años quizá, el mar se salió, rebasó las rocas y la inundó. El agua salada y fría –recuerda– le llegó hasta el pecho. Era de noche. Nadie pudo dormir aquel día. 

No sabe bien de quién es la culpa de que el mar se salga justo donde ella vive. Algo ha escuchado sobre la erosión costera, pero no lo tiene claro. La señora Tapullina tampoco sabe si el mar algún día dejará de ser una amenaza. Lo que más le preocupa es poder ir al mercadito de Buenos Aires y comprarles algo, al menos un pescadito, a sus nietos. Sí, le tiene miedo al mar, pero más le teme al hambre, a no tener un lugar dónde vivir y a las enormes ratas que se meten en su casa. Ah, también a los drogadictos que merodean este barrio trujillano. 

Ymelda Tapullima vive en pleno jirón Colón, la calle más afectada por la erosión costera (Foto: Sobre el rastro)

Buenos Aires fue alguna vez una playa hermosa. Tenía un largo y visitado malecón. También tenía una enorme área de playa. Algunos vecinos recuerdan que caminaban hasta 20 metros de arena para alcanzar las primeras olas y mojar sus pies. Ahora, en cambio, el mar es una pesadilla que todos los días y todas las noches se estrella contra el enrocado. El mar ya no suena a ese lugar feliz que alguna vez fue. Las olas son, ahora, latigazos furiosos de la naturaleza. 

Luis Alberto Ureña vive en Buenos Aires hace casi 20 años. “Cuando era niño, había mucha arena. Mire ahora cómo está la playa. Uno abre la puerta y el agua se mete. ¿Me entiende? Buenos Aires ya no va a volver a ser lo que era antes”. Ya no hay niños jugando en la playa ni concursos de pesca. “Todo eso ha desaparecido”, dice parado en uno de las rocas, con la brisa chocándole la piel cobriza. 

Luis Alberto Ureña considera que el mar es peligroso. Tiene recuerdos de su infancia en la lo que fue la bella playa de Buenos Aires (Foto: Sobre el rastro)

Este hombre también vive en una casa prefabricada. En las noches, cada vez que las olas golpean las rocas, la estructura tiembla. “Eso es peligro. Siento temor de que en cualquier momento el mar se vaya a salir”. Él tampoco está seguro de quién es la culpa. Alguna noción tiene de que en el puerto de Salaverry colocaron un molón retenedor de arena y, en más de medio siglo, esa arena que debía llegar a la playa de Buenos Aires no llegó y el mar erosionó la costa, se la tragó. 

FRENTE AL MAR

La casa de Mónica Méndez es de un piso y está exactamente frente al enrocado, en el lado norte de Buenos Aires. Aunque le teme al mar, ella y su familia no han pensando en irse. Y es que no tienen a dónde. Su esposo, que vive aquí hace más de 20 años, le cuenta que antes era una playa de verdad, bonita. Él sale a trabajar todos los días y Mónica, de 32 años, se queda en casa con su hija. 

“Ahora, con la erosión y los oleajes, el mar se sale demasiado. Hace poco tumbó la casa a los vecinos. La ola cayó con fuerza. Yo le tengo miedo al mar”. Ella, como casi todos los vecinos de este barrio, se queja de que los alcaldes y todos los que les ofrecieron solucionar el problema nunca han cumplido su palabra.

Mónica Méndez vive con su hija y su esposo frente a la playa. Alguna vez experimento al mar saliéndose en plena madrugada. (Foto: Sobre el rastro)

 Esta zona de Buenos Aires, que era uno de los pocos espacios públicos naturales de la ciudad, simboliza –paradójicamente– lo más precario de Trujillo. Hay decenas de casas abandonadas, animales muertos que nadie recoge, calles solitarias, toneladas de desmonte y basura, y también una monumental sirena olvidada frente al mar, una estatua blanca y voluptuosa que hace siete u ocho años desviaba incontables miradas en la transitada Av. Larco. A alguien se le ocurrió que esa figura femenina era demasiada perversión pública, un atentado contra el pudor. Entonces, la enviaron al olvido. Ahí están varios de los olvidados de la ciudad. 

Guillermo La Madrid tiene un restaurante en Buenos Aires. Es uno de los pocos que quedan en la zona (Foto: Sobre el rastro)

La erosión y la amenaza del mar han acabado también con los negocios. Uno de los pocos restaurantes que queda en esta zona es el de Guillermo La Madrid. Él es cocinero y dueño de “Flama y Sazón”.  El mar es un tesoro y, a la vez, una amenaza. A su negocio, la gente aún llega porque con los años se ganó el paladar de sus clientes. Sin embargo, cada día es más difícil. A Buenos Aires no llegan turistas y ningún trujillano se asuma por ahí a disfrutar del verano. Eso le pone las cosas cuesta arriba. 

OTRA PROMESA

Las veces que las autoridades han prometido acabar con la erosión han sido innumerables. Desde la época en el José Murgia Zannier era presidente regional de La Libertad se han realizado estudios con consultoras internacionales y se formularon proyectos que hasta el día de hoy no se han ejecutado. Alguna vez, el presidente Alan García ofreció reponer la  de Buenos Aires con una draga. El buque llegó, se paseó un día por el mar trujillano y se fue. Nunca más volvió. 

Así ha vivido la gente: de promesa en promesa. El ofrecimiento más reciente es el del Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Según el alcalde de Víctor Larco, César Juárez Castillo, ya está casi listo un expediente técnico para la recuperación de la playa. La obra costaría más de S/300 millones y consistirá en transportar la arena retenida al sur de Salaverry. 

Si esta nueva promesa se cumple, tendrían que pasar un año más para elegir a una empresa en licitación y algunos años más para la ejecución de la megaobra. Por lo pronto, la gente, que sigue dudando de las autoridades, seguirá viviendo varios años con el temor de una noche de estas el mar ya no será solo un ruido atemorizante, sino una helada y cruda realidad inundando sus vidas.