Martín Adán

Martín Adán: un hermoso crepúsculo, una columna de Luis Eduardo García

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Rafael de la Fuente Benavides, más conocido como Martín Adán, ha pasado a ser en la historia de la literatura peruana un símbolo de precocidad, erudición y vida disipada. A los quince años tenía escrita una novela –La casa de cartón– casi al mismo tiempo que sonetos y versos libres provistos de una rara maestría lingüística. Con el paso de los años, esa misma energía creativa lo llevó al alcoholismo, gracias a lo cual se convirtió en un personaje de leyenda.1

En 1935 Martín Adán se internó por primera vez en el hospital Larco Herrera con la finalidad de curarse de una dipsomanía galopante. En realidad, lo que hizo el poeta fue renunciar al mundo de afuera –donde estaban los locos– y refugiarse en el mundo de adentro –habitado por los cuerdos–. Con esta actitud, el creador había abierto las puertas de un universo literario en el que la anécdota era parte de la obra creadora y la obra creadora el resultado de una vida marcada por el fracaso y la renuncia constante.

Aunque los lectores coincidimos en la admiración por su poesía y su prosa, las historias sobre su mítica bohemia nos han hecho olvidar por momentos la extraordinaria calidad de ambas. Se conoce más del Martín Adán que se internó en un manicomio, del visitante habitual del Cordano, del viejo que se encontró con Allen Ginsberg, del borracho consuetudinario, del adolescente genial, del sobrino del presidente Bustamente. Pero poco, muy poco, del autor de La rosa de la espinelaTravesía de extramaresLa mano desasida o La piedra absoluta.

Los primeros poemas de Martín Adán son ácidos, punzantes y separan, como dice T.S. Eliot, al hombre que crea del hombre que vive. Su poesía posterior, sin dejar de lado la ironía, se torna una travesía transida de dolor, una aventura iluminada por el fuego de la creación y un proyecto creativo marcado por un destino en el que predomina el absurdo existencial. Por eso su sintaxis es tortuosa, compleja y desproporcionada.
A mí me interesa en principio toda su obra poética, aunque siempre he tenido predilección por Escrito a ciegas y Travesía de extramares. Conocía de su poesía gracias a la antología publicada en 1971 por el Instituto Nacional de Cultura. De su prosa había leído sólo La casa de cartón y algunos de sus ensayos publicados en el tomo que editó en 1982 Edubanco bajo la dirección de Ricardo Silva Santisteban. Nunca, debo confesarlo, había escuchado su voz, aunque sabía que existían dos discos de 33 rpm. que databan de 1964 y 1984, patrocinados por Juan Mejía Baca y la compañía Popular y Porvenir respectivamente.

Veintiún años después de la muerte del poeta, la Universidad Católica –poseedora de todo el archivo Martín Adán– publicó, otra vez bajo el cuidado de Ricardo Silva Santisteban, el libro Obra poética en prosa y verso de este notable poeta peruano. El tomo –he aquí la sorpresa– viene acompañado de un CD que recoge 10 fragmentos de La mano desasidaTravesía de extramaresLa campana CatalinaDiario de poeta y Escrito a ciegas en la voz del mismísimo Martín Adán. Se trata en verdad de una reproducción completa de los discos ya mencionados. Los seguidores del autor de La casa de cartón no sólo cuentan ahora con toda su obra lírica y su voz, sino también con un archivo bibliográfico muy completo, así como una iconografía amplia sobre su vida y su obra.

Particularmente emotivo es oír en el disco la forma en que el poeta lee un fragmento de Escrito a ciegas, ese poemario que su autor concibió como una respuesta a una carta que le envió la investigadora argentina Celia Paschero:

¿Quieres saber tú de mi vida?

Yo sólo sé de mi paso,

De mi peso,

De mi tristeza y de mi zapato.

¿Por qué me preguntas quién soy,

Adónde voy?… Porque sabes harto

lo del Poeta, el duro

Y sensible volumen de mi ser humano,

Que es un cuerpo y vocación,

Sin embargo.

Si nací,

lo recuerda el Año

Aquel de quien no me acuerdo,

Porque vivo, porque me mato.

Sebastián Salazar Bondy lo describió así: “En cualquier café o bar de Lima es posible encontrar, perdido entre la múltiple fauna urbana, a un hombre descuidado en su traza y su traje, cuyo aspecto engaña con relación a su persona y a su personalidad. Dicho hombre desea pasar inadvertido, confundirse con la multitud, ser uno en la varia muchedumbre. De su boca, quien lo requiera, se oirán frases irónicas, viejos versos españoles, sentencias de clásicos y románticos, palabras de diverso calibre, verdades como un templo y simples juegos de sentido y concepto. Pero, aunque rehúya la compañía con impertinencias francas o veladas, este limeño de vieja e ilustre prosapia anda en pos de la más completa compañía, de una total y absoluta identificación con la esencia humana, que es, en su pensamiento, parte de la divinidad inasible. Va tras el encuentro, en fin, de la belleza suma”.

Allen Ginsberg sostuvo que Adán se arrastraba por Lima con «el movimiento de un serafín que ha perdido las alas». José Carlos Mariátegui lo celebró como el creador del anti soneto y el llamado a darle el tiro de gracia a la poesía clásica. En 1954, el periodista cuzqueño escribió un perfil entre irónico y burlón de su apariencia: “Pese a que el poeta habla con voz pausada, su pensamiento va en poderoso avión de propulsión a chorro. El pensamiento les gana a las palabras, supera la velocidad del sonido y la luz […] A tanta insistencia, dice que se llamó Martín Adán por temor al socialismo. Hombre derechas, amigo de los escritores de tendencia revolucionaria –Mariátegui es un ejemplo–, temió que por frecuentarlos lo creyesen socialista. Por eso nació el otro yo de Rafael de la Fuente Benavides”.

El mejor retrato de Martín Adán, sin embargo, lo hizo el propio Martín Adán: “Lima tiene muy hermosos crepúsculos. Yo, por ejemplo”. Y, efectivamente, su vida fue un crepúsculo que poco a poco se fue distanciando de su belleza original. 

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SOBRE EL RASTRO no se solidariza con las opiniones de nuestros columnistas

  1. Suplemento Enfoque del diario La Industria de Trujillo, domingo ↩︎